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el Nuevo Herald, 09.28.13 |
Sebastian Spreng |
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[Plácido Domingo & ]Jonas Kaufmann: Ser o no ser
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Ausschnitt
...... Nadie esperaba que el cetro de Domingo no recayera en los candidatos
promovidos como tales, menos aún en un tenor venido del otro lado de los
Alpes: Jonas Kaufmann, hasta ahora, su más firme sucesor. Ambos han
coincidido en personajes donde demostraron absoluto dominio –Siegmund,
Werther, Lohengrin o Parsifal–; ambos han transitado caminos opuestos,
Domingo incorporó Wagner en su madurez (intentó Lohengrin en 1968 pero
decidió esperar 15 años) como ahora Kaufmann hace con Verdi.
Aquí
tampoco se está frente al típico tenor verdiano. Quienes critiquen su
emisión poco ortodoxa cuando no poco “italiana”, no podrán negar su soberbia
expresividad y excepcional carga dramática. En ese recorrido por la galeria
verdiana, el menos afortunado es el conde de Mantua seguido por una sucesión
de formidables retratos desde Celeste Aida a Quando le sere al placido,
saliendo también airoso como Don Carlo y Manrico. El muniqués maneja
sabiamente una peculiar combinación de ternura y fiereza gracias a un metal
que alterna con exquisitos claroscuros traducidos en espléndida media voz y
pianísimos.
Domingo se dio el gusto con Tristán, no estará lejos el
día en que Kaufmann intente Otello. Cabe recordar que cuando el español
debutó como el moro a los 35 años, se alzó un coro de voces agoreras
–incluida la mismísima Renata Tebaldi –pronosticando el fin de una carrera.
A los 44, Kaufmann espera por la oportunidad que no tardará en llegar.
Mientras tanto, los dos momentos más reveladores del cedé son Dio Mi potevi
scagliar y Niun mi tema, plenos de una declamación afilada, emoción
controlada y apabullante intensidad que en timbre y color vuelve a evocar a
Jon Vickers. Lo acompaña la orquesta del teatro de Piacenza bajo la
dirección de Pier G. Morandi (SONY 88765-492042.)
También la lírica
vive tiempos difíciles, osados, irreverentes, fascinantes. Dos artistas en
todo sentido diferentes, y por ende polémicos. Saben mantener en vilo a su
audiencia y a raya a sus detractores. Vuelve a confirmarse el eterno desafío
y la acuciante responsabilidad de ser o no ser.
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