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Tiempo de Música, Chile,
Diciembre2009 |
Por Cristóbal Astorga Sepúlveda |
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“Sehnsucht” por Jonas Kaufmann : De Grial en Grial
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El ascendente tenor alemán en su segundo
disco solista interpreta arias y escenas de Mozart, Beethoven, Schubert y
Wagner, bajo la eficaz dirección del experimentado Claudio Abbado. |
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Jonas
Kaufmann (Múnich, 1969), con sólo cuarenta años, es una de las voces más
interesantes del panorama actual de la ópera. No sólo por su repertorio, que
cubre desde Monteverdi a Puccini, pasando por Mozart, Bizet y Wagner, sino
por contar con una voz robusta de tenor, de esas que aparecen contadas veces
en cada generación de cantantes. Una particularidad de Kaufmann es ser un
cantante alemán que ha explorado territorios extranjeros con gran éxito.
¿Cuándo fue la última vez que oímos un Don José alemán? Si la discografía
sirve de algo, la respuesta es Rudolf Schock en 1961, una Carmen que
difícilmente sería considerada primera opción por cualquiera. Kaufmann ha
sido cauto en esa expansión del repertorio, y ahora, en su segundo recital
de arias en disco, ha vuelto a sus raíces con un programa enteramente
alemán.
La edición alemana lo bautizó como Sehnsucht (anhelo), un nombre demasiado
genérico para un disco que no lo es. Manipulando varios cuadros de Caspar
David Friedrich, la estética es romántica. Con El caminante sobre el mar de
niebla de portada, se despliegan los cuatro nombres de los compositores
incluidos en el programa. Llama la atención el orden, pues no responde a un
criterio alfabético, ni cronólogico, ni necrológico. Ni siquiera corresponde
al orden en que se ordenan las pistas. Que Beethoven figure después de
Schubert y antes de Wagner parece más bien sugerir que en la larga cadena
del ser romántico, Beethoven es un eslabón más avanzado. La idea de
Beethoven como compositor romántico no es nueva, pero me pregunto si era
necesario articular esa elección interpretativa de forma tan obvia. Después
de todo, cuando hay un quinto compositor figurando en la portada (Mahler en
“Orquesta de Cámara Mahler”), y con los cuadros de Friedrich provocando un
absceso de sublimidad en la visión, la “aclaración” resulta innecesaria.
El recital abre y cierra con Wagner. Kaufmann cantó ya en escena el titular
de Lohengrin, en la controvertida puesta de Richard Jones, y podemos
apreciar parte de ese resultado acá. “In fernem Land” y “Mein lieber
Schwan!” son dos fragmentos que permiten en poco tiempo comprobar los
matices de una voz. A primera vista, la voz de Kaufmann se aleja del color a
que uno está acostumbrado en Lohengrin. Desde Jesss Thomas a Nicolai Gedda,
el rango de tenores que han abordado el rol tiende a concentrarse en timbres
claros, incluso brillantes y heroicos. Kaufmann aborda el relato del Grial
con voz segura, partiendo desde una emisión muy controlada cercana al
discurso hablado, que hace que frases extrañas como “stehet dort inmiten”,
casi siempre incómoda para el intérprete, suenen con naturalidad. Cuando ya
se encuentra en la tierra firme del Grial, a contar de la cuarta estrofa
“Wern nun dem Gral”, se despliega una voz plena abaritonada. La referencia
obvia aquí es Jon Vickers. Y es más obvia cuando Kaufmann aborda el
“Winterstürme” de Die Walküre, ofrecido aquí con el final de concierto
compuesto por Wagner. La comparación con Vickers puede hacer más daño que
favor. Kaufmann es un cantante joven que aún está en la búsqueda de una
identidad artística propia. La impresión que deja el disco es que esa
búsqueda se extiende más allá de los roles dramáticos que tan bien hiciera
el gran tenor canadiense. De ahí que la elección del chico del cisne, un rol
que Vickers nunca cantó, no sea baladí, y le permita lucir a Kaufmann uno de
sus mejores atributos, a saber la coloración de su voz en niveles dinámicos
muy distantes.
Si de chiaroscuro se trata, la selección de Die Zauberflöte de Mozart parece
por entero adecuada. El Mozart de Kaufmann recuerda al de Hermann Jadlowker
o, más cercano en el tiempo, al de Francisco Araiza (puede verse aquí el
comentario a su Tito). El aria del retrato la enfrenta con aplomo, y las
cuatro repeticiones de la frase final suenan todas matizadas. La elección de
la primera parte del final del Acto Primero es inusual, pero permite oír a
Kaufmann en un fragmento de largo aliento distinto al soliloquio. Acompañado
por el Orador de Michael Volle, Tamino comienza a adentrarse en el reino de
Sarastro, no sin antes cantar a la naturaleza con todos los medios que tiene
a mano.
Otro extracto de un final de acto lo encontramos en el aria de Fierrabras de
Schubert. Aquí la elección es anómala en varios niveles. No solo porque las
óperas de Schubert están bastante dejadas de lado, sino también porque se
trata de un aria propiamente tal contenida en un finale. Kaufmann ya ha
cantado el rol titular de esta ópera, un príncipe musulmán cuya intervención
musical más importante es la aquí elegida; con un humor más solemne que en
su grabación de la obra, Abbado ayuda a transmitir el tormento del príncipe
enamorado y no correspondido. Kaufmann está en su elemento en un rol
heroico, donde su voz de grano ancho corre con autoridad. También de
Schubert, “Schon wenn es beginnt zu tagen” de Alfonso und Estrella, es un
fragmento que podría pasar por una de sus canciones, y Kaufmann se adapta
bien al espíritu camerístico de la pieza.
La escena del calabozo de Fidelio de Beethoven, y tres fragmentos de Wagner
cierran el disco. Florestán es un rol que Kaufmann conoce bien, y logra
detallistas efectos desde la apertura, con un “Gott!” que crece
dolorosamente desde el silencio hasta el forte. La sección rápida de esa
escena ha sido bochornosa para muchos tenores; Abbado no intenta disfrazar
el danzarín poco allegro, por lo que Kaufmann se arroja con toda energía
sobre su visión. Abandonando el invierno carcelario, Kaufmann entrega un
“Winterstürme” sencillamente perfecto. Siguiendo la línea de Siegmunds
graves —Melchior y Vinay parecen, con Vickers, las referencias más obvias—,
el resultado es muy individual, por ejemplo en la forma en que el legato se
impone por sobre el ritmo ligeramente marcial de “Mit zarter Waffen Zier
bezwingt er die Welt”. El fragmento del Acto Segundo de Parsifal, “Amfortas!
Die Wunde!” es, lamentablemente, un anticlimax. No estoy muy seguro qué
clase de habilidades le permite este fragmento lucir a Kaufmann que otro
momento wagneriano no le ofrezca —pienso en la narración del acto final de
Tannhäuser, tan llena de dolor y arrepentimiento—. El mero final de
Parsifal, a contar del ingreso del tonto puro al templo, cierra el disco,
luciendo la transparente batuta de Abbado en un disco que se deja oír varias
veces sin cansancio. |
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