El Nuevo Herald, 10/04/2014
SEBASTIAN SPRENG
 
Jonas Kaufmann y Parsifal, alquimia musical
A los trece o catorce años pregunté cómo era Parsifal de Richard Warner. Una conocedora me dio una respuesta que hasta hoy me sirve: “Es música que parece nada pero cuando te acostumbras, no quieres que termine, inunda los sentidos como el agua o el aire”. Algo así sucede con el último Parsifal del Metropolitan Opera, afortunadamente en un DVD para atesorar.

Todo wagneriano sabe que el compositor alemán no era amigo del aplauso pero la ovación con la que estalla el público neoyorquino con su ópera lo emocionaría. Y es que estamos frente a una de las mejores producciones que se han visto en el Met en este siglo y un triunfo del controvertido director de la institución, Peter Gelb.

La puesta en escena rinde tributo al bicentenario Wagner y además de sus valores musicales, confirma la astucia de contratar al tenor del momento, Jonas Kauffman, en un papel a su medida. La producción es capaz de despertar el interés no sólo de los wagnerianos –peculiar ‘tribu’ dentro de la ‘tribu’ operística– sino de la audiencia general. La combinación de un elenco superlativo –que incluye al máximo bajo de la actualidad–, una puesta imaginativa regida por la belleza de la música, y una orquesta y un director impecables, es cantera para un triunfo seguro.

Aqui todos salen ganando: desde el majestuoso Gurnemanz de Rene Pape, al excepcional Amfortas de Peter Mattei, cuya magnífica voz otorga autoridad y sufrimiento a su personaje y le permiten robarse cada escena en la que participa. Completando el ilustre terceto masculino, Jonas Kaufmann es un memorable Parsifal, natural en todo renglón, que no palidece frente al recuerdo del poseso Jon Vickers, ni Vinay o Peter Hoffmann con Karajan. En cada acto el tenor traza la evolución del personaje con una rara espontaneidad. Apenas un punto por debajo, la Kundry de Katarina Dalayman refleja una visión menos fatal de la acostumbrada, más lineal. Sin equipararse a Waltraud Meier, la soprano sueca cumple con creces. Como Klingsor, el ruso Evgene Nikitin resulta una suerte de paria y en algún sentido ese toque eslavo es su carta ganadora. Completan el reparto el grupo de mujeres flores, excelentemente coreografiado por Carolyn Ochoa. Tampoco queda atrás el coro metropolitano dirigido por Donald Palumbo.

Daniele Gatti arropa a sus cantantes con una vivacidad mediterránea, inviste a cada acto con una individualidad contrastante, bienvenida y poco habitual. La espléndida orquesta del teatro, tan acostumbrada a James Levine, responde con una visión diferente y tan válida como la de su director musical.

De certero impacto visual, la puesta de François Girard con escenografia de Michael Levine funciona como alquimia unificadora de tantos talentos en juego. Post apocalíptica, de una belleza singular, sabe rescatar y revitalizar elementos del paradigmático Wieland Wagner. En rojos, negros, grises y blancos conjuga la carnalidad y espiritualidad destacando dualidades con elegancia y arrojo. Hay nuevas propuestas y algunas interrogantes quedan a cuenta del público: ese mundo árido y resquebrajado, de sectas, clanes, ejecutivos y conciliábulos de directorio, la piscina de sangre, los eclipses alineados, un sol helado y los cielos amenazadores permiten a Girard coquetear con elementos provocativos sin renunciar a una estética depurada y en última instancia, atemporal y perecedera. Eso es lo que busca toda puesta en un gran teatro lírico: permanecer el mayor tiempo posible y ésta es una que llegó para quedarse.

No es fácil ni demasiado seductor para las apuradas audiencias actuales enfrentarse a casi cinco horas de música; sin embargo, el equipo comandado por Gatti-Girard logra cautivar, atrapar y sumergir al aficionado en la mística wagneriana sin esfuerzo.

Un Parsifal es una experiencia trascendente gracias a su delicado balance entre vertientes dispares, que destaca al Wagner reconciliatorio y ese lugar del alma donde el tiempo se hace espacio y el tonto se hace sabio. En más de un aspecto, este Parsifal del Met “inunda los sentidos como el agua y el aire”.
 






 
 
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