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El Mercurio, 7 DE OCTUBRE DE 2011 |
JUAN ANTONIO MUÑOZ H. |
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Tres discos que no se puede dejar de escuchar - “FIDELIO” (DECCA) según Jonas Kaufmann
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Dos
óperas en vivo y una reedición triple: Claudio Abbado y Jonas Kaufmann
con Beethoven; Antonio Pappano con el último Rossini, y los tres
recitales Decca de Sylvia Sass reunidos en un álbum doble.
“FIDELIO” (DECCA) según Jonas Kaufmann
No se
puede decir si ahora todos quieren escuchar “Fidelio” (1814) o si el
deseo real es ver a Jonas Kaufmann en “Fidelio”. Decca grabó en vivo el
llamado “proyecto Abbado” del Festival de Lucerna de 2010. Kaufmann es
el gran Florestán de nuestros días, tanto como en otra época lo fueron
James King y Jon Vickers. Esta versión tiene el “pecado” de ser tomada
de una función en vivo; “pecado” porque hay cosas que en estudio se
pudieron evitar, como abreviar algunos diálogos y ciertos agudos fijos
de esa extraordinaria soprano que es Nina Stemme (Leonora notable en el
extenuante “Abscheulicher”). Pero está también todo el valor del sonido
de una puesta de carne y hueso, junto a la fuerza telúrica de una
partitura que debe tanto a Mozart y que a la vez es un manifiesto
beethoveniano de gran compromiso para las generaciones posteriores de
músicos. Obra de un poder dramático por momentos sobrecogedor, que pasa
como si nada de la tempestad heroica a la confidencia íntima y hasta
mínima de algunos personajes secundarios. Claudio Abbado es un maestro
de esos en vías de extinción y este “Fidelio” es uno de sus grandes
logros de esta última etapa. Pero lo fundamental es Kaufmann y su
Florestán. Desde su entrada en el segundo acto con “Gott, welch Dunkel
hier!” nadie podrá detener la audición. Inicia con un pianísimo que hace
crecer hasta el forte sobre la palabra “Dios” y comunica desde lo más
íntimo el dolor de un moribundo que se transforma en grito.
Kaufmann es un artista fuera de lo común, capaz de transitar por una
partitura imposible, cambiante, con un fraseo que no decae jamás,
luciendo un sentido casi religioso del legato y desplegando una
autoridad masculina apabullante. Simplemente soberbio, como si él
mismo fuera el “Gott” al que clama.
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