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Mundo Clasico, 26 de octubre de 2012
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Alfredo López-Vivié Palencia |
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Espacio libre de humo |
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Hace
siete años EMI anunció, con la publicación del Tristán de Antonio
Pappano y Plácido Domingo, que dejaba de grabar óperas en estudio, no
sólo por los costes que ello implica, sino porque ya entonces el DVD
mandaba en el género. Como a un torero cuando se retira, sólo había que
hacerle caso temporalmente. He aquí esta Carmen grabada el pasado mes de
abril en estudio -aunque el estudio sea la Philharmonie de Berlín-,
justo después de las representaciones que los mismos artistas dieron en
el Festival de Pascua de Salzburgo, y presentada en la edición
Bärenreiter de Fritz Oeser (1964), que recupera los diálogos originales
y los cortes tradicionales, sobre todo en el primer acto.
Simon
Rattle y la Filarmónica de Berlín son quienes se llevan el gato al agua
en este registro. Desde el fulgurante preludio, el maestro inglés y una
orquesta en muy buena forma recorren la partitura de manera trepidante,
con un pulso incansable y un refinamiento muy cuidado, favoreciendo la
transparencia de texturas antes que la opulencia sonora y creando buen
ambiente en cada escena: óigase por ejemplo la exhibición de virtuosismo
en la trifulca en la fábrica de tabaco, o en la canción gitana, y, en el
otro extremo, la ensoñación en el entreacto de los contrabandistas.
La decepción viene de la mano de Magdalena Kožená. Tiene una bonita
voz -aunque no es muy potente y se queda justa en la parte más grave de
la tesitura-, pero no se mete en el papel: ni en la habanera, ni en las
seguidillas, ni en las cartas, ni siquiera en la última escena parece
que la cosa vaya con ella; todo lo canta igual, y todo lo canta igual de
frío: ni rastro de sensualidad, ni de insinuación, ni de desprecio. Esta
Carmen trabajará de cigarrera, pero está claro que no fuma. A su lado,
el Don José de Jonas Kaufmann -voz sinfónica- es todo ardor,
sentimiento, arrebato y desesperación. Tal vez con la excepción de su
aria, cantada -estupendamente, la conclusión es portentosa- con
expresividad contenida.
En los otros dos protagonistas, también
una de cal y una de arena. Genia Kühmeier compone una Micaela de libro,
con una voz limpia y dulce y con un fraseo irreprochable: su aria es el
intermedio perfecto en el tercer acto, y su dúo en el primero, una
filigrana. Mientras que el Escamillo de Kostas Smoriginas es ciertamente
flojo, porque le falta fuelle y carácter (y también, al contrario que el
resto del elenco, buena pronunciación del francés): la escena del
“toreador” es más una recepción de embajadores que una juerga flamenca,
con el añadido de que el coro -muy eficiente en el resto de la función-
muestra escaso entusiasmo para jalear al de Granada.
De los
comprimarios me ha gustado mucho Andrè Schuen en su Moralès, de voz tan
hermosa y emisión tan clara que llaman la atención en un papel tan de
relleno (no le conocía, pero, con todas las prevenciones al estar
opinando sobre un disco, me quedo con la impresión de que hay que
seguirle la pista). También vale la pena el Remendado de Jean-Paul
Fouchécourt, muy ágil, sobre quien gira un quinteto que es un auténtico
encaje de bolillos.
La edición de EMI presenta un sonido más que
decente (a veces se nota el vacío de la sala, pero no molesta), incluye
fotografías de las funciones salzburguesas, y sobre todo contiene (en
inglés, alemán y francés) unas extensísimas notas de Stephen Jay-Taylor,
que son una lección de cómo se puede escribir sobre la génesis, estreno,
recepción y tradición interpretativa de Carmen con el mismo
entretenimiento y el mismo rigor que una buena novela histórica, y sin
que el bombardeo de datos, nombres, fechas y circunstancias interrumpa
la lectura. |
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